"Al igual que el héroe clásico se sentía atado por su destino el hombre actual se siente atado por la sociedad, es un esclavo de todo lo que no le han permitido ser y sus ojos dictan una sola palabra: soledad" G. La buhardilla.
Justin Kurzel sería considerado en España un director novel al haber firmado sólo 3 películas, pero ha acertado con una adaptación donde el texto forma un apoyo más a la narrativa dejando que sea el todo lo que dé el sentido a la obra y no un acompañamiento. Se ha atrevido a rechazar el dictamen general sobre la obra de Shakespeare sin quitarle valor alguno, añadiendo el pensamiento que tiene el Ser Humano en el s. XXI sobre sí mismo y dando en la tecla acertada desde la intuición. La intuición con la que Shakespeare escribía sobre el hombre.
Macbeth se nos presenta como un guerrero, experimentado capitán de las tropas del rey Duncan, recibiendo tropas supletorias para adentrarse en batalla. Las tropas son meros muchachos que seguramente no conocen el calor del lecho compartido con mujer y no sólo eso; para Macbeth son espejos del niño al que no ha tenido tiempo de llorar. Este Macbeth está roto desde el segundo 0 de la película y por eso surge envuelto en una nube naranja, es un hombre al que se le ha negado el tiempo para llorar a su hijo y consolar su matrimonio para defender a los hijos de los súbditos de Duncan y encima le envían adolescentes al combate. Sus deberes son más pesados que sus derechos y es esa ausencia de paz interior la que le convierte en el miedo. Sí, Macbeth es el MIEDO al minuto 10 de película cuando se encara y encuentra al líder enemigo impoluto, limpio mientras Macbeth va con las pinturas de guerra y con sus fluidos corporales mezclados tanto con los de sus aliados como sus enemigos, cuchillos en mano. Sólo necesita mirarlo para vencerlo. El campo de batalla es la paz en Macbeth; así se muestra con la ausencia de sonido, la ralentización de la cámara.
Shakespeare utiliza con maestría a las brujas para darle un cariz de héroe clásico a su personaje y lo envuelve en un destino del que no puede escapar y donde mostrará la quitaesencia tanto de las virtudes como de los defectos del Hombre. Las brujas parecen acertar y se ve con posibilidades de reinar en Escocia. ¿Quién sino él merece reinar? ¿Quién sino él es el que más ha perdido por defender Escocia? Es ahí lo bonito de la ambición de Kurzel y todo su equipo, poner la pérdida por encima de la ambición. Sí Macbeth pierde un hijo y la posibilidad de llorarlo, Lady Macbeth pierde a un hijo y la posibilidad de ver que su sufrimiento es el sufrimiento de su marido tanto como lo fue su amor encarnado en ese hijo profundo perdido. Lady Macbeth no pide, exige a su marido que sea un hombre tal y como le enseñaron a ella que los hombres eran, tal y cómo había cumplido Macbeth hasta ese momento. Quiere venganza, el piadoso Duncan en su incapacidad por apagar por su propia mano sus problemas no recuerda la pérdida de este matrimonio. Para una mujer no hay nada peor que perder a un hijo sin poder hacer nada, ver como la llama del amor hecho vida se apaga sin poder hacer nada. Duncan viene para celebrar el triunfo en un momento en el que tocaba celebrar una pérdida, cuidar a su más fiel vasallo. En su inocencia es incapaz de ver la necesidad del momento, la pérdida que ha de restablecerse. Lady Macbeth empuja a su marido a algo que ella no conoce por mucha rabia que tenga. El peaje que se paga por matar un hombre es enorme, el peaje que se paga por matar a un hombre y defender una nación no trae noches de alivio y es un peaje que Lady Macbeth no conoce.
Es la historia de un matrimonio que se pierde. Al hombre se le ha educado durante muchos siglos que es el que tiene que traer el alimento al hogar, que no tiene que mostrar sus sentimientos, que no puede llorar, que sus problemas son superiores a las fuerzas de la mujer y que no debe causarle penar contárselo, que tiene que evitarle todo el dolor posible. Macbeth necesitaba llorar, reventar y restaurar la vida del matrimonio, expresarle que la necesitaba y llevarlo a la paz. Lady Macbeth hace lo contrario y embala una insana ambición. Shakespeare en casi todos sus dramas muestra sin hacer juicio como la meritocracia es la mejor forma de democracia. Malcolm no se merece ser rey y Macbeth en lugar de esperar a que el tiempo lo corone se lanza a cumplir lo que le dicta su mujer. Total se parece a lo que le dictan otros, mata a este, trae la cabeza de este otro, vence a aquel.
Empujar a alguien al borde de la locura al lado equivocado es un hecho que no puede deshacerse. Una vez asesinado el rey y coronado Macbeth se nos muestra la primera documentación de un estrés postraumático por una vida perdida en batallas. Se nos invita a asistir a un inmersión íntima a la locura. Lady Macbeth con su venganza saciada no puede hacer nada por rescatar a su esposo. El naranja envuelve a Macbeth tanto que hasta se lo pone en la ropa, el naranja de la batalla, el naranja que le envuelve y protege, nada entra en ese naranja. La sangre quiere sangre, Macbeth necesita luchar. Hasta ese punto podemos decir que las acciones de Macbeth son virtuosas. Duncan no ha sido capaz de sacrificar la corona por los hijos de Escocia y no ha hecho nada por entender a Macbeth. Sin embargo este se pierde no sólo al querer ver a su amigo, camarada, compatriota Banquo muerto, sino también a su hijo. En otro momento Macbeth habría entendido que todos los hijos que de la tierra de Escocia florece son sus hijos. Ahí radica la idea que Kurzel tiene sobre Shakespeare. Sí hubieran dado tiempo a Macbeth y no lanzado contra la vanidad este habría sido un buen rey. Un rey capaz de liderar tanto en la tierra como en el campo de batalla a su pueblo, de apostar su corona a cada problema y de vencerlos. Macbeth traiciona el propósito que le había sido designado. Matar a un hijo de Escocia, al de su amigo. Se traiciona a sí mismo y se pierde, es consciente de que se pierde y no es capaz de pedirle auxilio a Lady Macbeth, iría en contra de lo establecido por la sociedad-
Habitualmente Shakespeare usa a sus personajes como diferentes caras de un mismo objeto; Macduff es la otra cara de la moneda. Si tenemos a un hombre que se ha perdido la historia necesita un hombre que lo pierda todo. Si además para conseguirlo nuestro protagonista se traiciona aún más la ecuación sale perfecta. Macduff es guerrero antes que hombre como Macbeth. El crimen que se comete contra su familia nos muestra al verdadero enemigo. Malcolm le dice que lo afronte como un hombre, Macduff le increpa que para hacerlo también tiene que sentir como tal y se derrumba. El mundo no es un hogar para gente como Macbeth y Macduff. De la misma manera trata Kurzel al matrimonio Macbeth con la culpa en un encadenamiento de monólogos magníficamente montados. Ella se suicida por sus remordimientos y él tras bailar, literalmente, con la muerte y la locura busca lo que ha añorado desde el principio: la paz. Por desgracia para él su paz no son los labios de su mujer sino el campo de batalla teñido por los sesos estampados contra el suelo, con la niebla naranja rodeándole.
La secuencia de combate es plasticidad pura, dos lados de una moneda doblándose hasta destrozarse tanto que rompen la propia moneda. Acaban solos y destrozados, nadie se atreve a tocarlos, ni a ellos ni a la espada clavada en el suelo de Macbeth. ¿Un guiño a Arturo? No tienen ese derecho. Ambos personajes lo han perdido todo por defender a los demás y a la idea de Escocia; necesitan terminar con su tormento y encontrar la paz. La película podría haber terminado en el plano cenital de ambos tendidos en el suelo pero sin yacer mientras el ejército pasa, pero Carver decía que el mejor de los finales es siempre el tercero, así que añade un montaje paralelo donde muestra la ambición de Malcolm por la corona y al hijo de Banquo todavía un niño que se acerca al cadáver de Macbeth para tomar la espada, el cielo se vuelve rojo. Macbeth a diferencia de Banquo no ha tenido la posibilidad de demostrarse como un buen padre y el hijo de Banquo a diferencia de Macbeth tiene tiempo para llorar la pérdida, crecer y ser el líder que Escocia merece. Es pura posibilidad.
Kurzel trae con un magnífico trabajo de interpretación y un rotundo golpe de mesa a Shakespeare al s. XXI con una profundidad antropológica y psicológica que atrae una dimensión más al ingente universo del dramaturgo inglés, Fassbender muestra un baile con la locura como si fuese sencillo y demuestra que su nivel medio es el 120% y Cotillard no se queda atrás. Macbeth es eso, otra vez la historia de las posibilidades perdidas, del futuro prometedor que se convierte en infierno rojo, un reflejo de todos los hombres que no pudieron ser hombres porque les educaron para ser escudos de ideas abstractas, para ser armaduras andantes y no mostrar públicamente debilidad alguna, para resolver problemas ajenos antes que amar. Hombres que se pierden sin encontrar apoyo pero que no van a dejarse caer, hombres que se sienten solos y llamados por la noche, hombres que saben que no son hombres, pero que mueren de pie.
¡Dios salve al rey de Escocia!
PD: El Shakespeare de la pérdida y la incomunicación, me alegra que salga bien un proyecto así, es él que quería hacer.
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