"Escribir novelas permite al novelista vivir buena parte de su tiempo instalado en la ficción, seguramente el único lugar soportable, o el que lo es más. Esto quiere decir que le permite vivir en el reino de lo que pudo ser y nunca fue, por eso mismo en el territorio de lo que aún es posible, de lo que siempre estará por cumplirse, de lo que no está aún descartado por haber ya sucedido ni por que se sepa que nunca sucederá". Javier Marías; Siete razones para no escribir novelas y una sola para escribirlas; texto publicado en 19993, incluido en Literatura y fantasma (Alfaguara, 2001; DeBolsillo, 2009)
No suena ningún despertador. Desde que vivo sólo, en todos los aspectos, no necesito de ese artilugio que es capaz de matar. Está científicamente demostrado, os lo prometo, a mí me lo enseñó un técnico de sonido y me propuso un reto que jamás aceptaré. El caso es que no suena ningún despertador, ni ningún móvil. Esa ausencia de tecnología me salva de tener que elegir quién soy ese día, lo cuál no deja de ser una contradicción de nuestros tiempos. Somos la generación más libre de todas hasta la fecha, pero incapaces de ser libres de nosotros mismos. El caso es que cada día no tengo que preguntarme si soy el sabio lacónico de Twitter, el seductor de Tinder, el galán de vida perfecta de Facebook, el experto comunicador de You Tube, el artista de DeviantArt, el mecenas de Kickstarter, el fotógrafo de Instagram... Está de moda ser auténtico, es un tema que denuncia Miguel Barrea en sus periódicas entradas de bitácora, y no entiendo quién es capaz de conocerse tan a fondo cómo para desarrollar su autenticidad.
Al menos yo me siento incapaz de ir saltando entre alter ego a cada cual más fascinante, suficiente tengo con ser quien soy. Prefiero esa visión con luces y sombras que la retocada y editada hasta la extenuación en Photoshop. ¿No sería así más fácil para todos? Me refiero a ser sinceros con nosotros mismos, a no engañarnos, a aceptar la idea de que el día de hoy no se va a repetir. El tiempo es el que es y no merece la pena perderlo dando rodeos a los mismos problemas una y otra vez. Sin embargo, lo que compruebo de mis conversaciones con otros es el terror a comprender el mundo a incidir y que incida en uno. El miedo a encontrar una verdad que antes se nos ocultaba. Dicho de una forma cinematográfica, me recuerdan al personaje de Alexander, Sacrificio de A. Tarkovski (1986), cuando se pregunta como sus antepasados podían vivir con mapas tan lejanos a la realidad vanagloriándose de todo lo que cree saber. Dicho de otro modo, practicamos el autosabotaje emocional. No emprender actividades por miedo al fracaso, no vaya a ser que sólo pensemos en nosotros y no en nuestras parejas y sus posibles problemas, no vaya a ser que encontremos a alguien que cambie nuestro status quo de creación ajena, no vaya a ser que descubramos algo nuevo. Algo o alguien.
Es como cuando cuentas el sueño de tu vida y te preguntan por qué no das los pasos necesarios para poder alcanzarlo. Se hace más evidente cuando ese hito onírico tiene relación con el mundo laboral. I´m not cool pronunciábamos en las aulas de storytelling. Me van a perdonar que les chafé esa imagen tan sólida que tienen de ustedes mismos un viernes 13, pero es sólo eso, una imagen retocada.
No suena ningún despertador. Desde que vivo sólo, en todos los aspectos, no necesito de ese artilugio que es capaz de matar. Está científicamente demostrado, os lo prometo, a mí me lo enseñó un técnico de sonido y me propuso un reto que jamás aceptaré. El caso es que no suena ningún despertador, ni ningún móvil. Esa ausencia de tecnología me salva de tener que elegir quién soy ese día, lo cuál no deja de ser una contradicción de nuestros tiempos. Somos la generación más libre de todas hasta la fecha, pero incapaces de ser libres de nosotros mismos. El caso es que cada día no tengo que preguntarme si soy el sabio lacónico de Twitter, el seductor de Tinder, el galán de vida perfecta de Facebook, el experto comunicador de You Tube, el artista de DeviantArt, el mecenas de Kickstarter, el fotógrafo de Instagram... Está de moda ser auténtico, es un tema que denuncia Miguel Barrea en sus periódicas entradas de bitácora, y no entiendo quién es capaz de conocerse tan a fondo cómo para desarrollar su autenticidad.
Al menos yo me siento incapaz de ir saltando entre alter ego a cada cual más fascinante, suficiente tengo con ser quien soy. Prefiero esa visión con luces y sombras que la retocada y editada hasta la extenuación en Photoshop. ¿No sería así más fácil para todos? Me refiero a ser sinceros con nosotros mismos, a no engañarnos, a aceptar la idea de que el día de hoy no se va a repetir. El tiempo es el que es y no merece la pena perderlo dando rodeos a los mismos problemas una y otra vez. Sin embargo, lo que compruebo de mis conversaciones con otros es el terror a comprender el mundo a incidir y que incida en uno. El miedo a encontrar una verdad que antes se nos ocultaba. Dicho de una forma cinematográfica, me recuerdan al personaje de Alexander, Sacrificio de A. Tarkovski (1986), cuando se pregunta como sus antepasados podían vivir con mapas tan lejanos a la realidad vanagloriándose de todo lo que cree saber. Dicho de otro modo, practicamos el autosabotaje emocional. No emprender actividades por miedo al fracaso, no vaya a ser que sólo pensemos en nosotros y no en nuestras parejas y sus posibles problemas, no vaya a ser que encontremos a alguien que cambie nuestro status quo de creación ajena, no vaya a ser que descubramos algo nuevo. Algo o alguien.
Es como cuando cuentas el sueño de tu vida y te preguntan por qué no das los pasos necesarios para poder alcanzarlo. Se hace más evidente cuando ese hito onírico tiene relación con el mundo laboral. I´m not cool pronunciábamos en las aulas de storytelling. Me van a perdonar que les chafé esa imagen tan sólida que tienen de ustedes mismos un viernes 13, pero es sólo eso, una imagen retocada.
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