Los aplausos indundaban la estancia, los objetos de esta solo ampliaban el sonido, la música del triunfo. Se quitó Blas las gafas porque estas le hacían daño y tras la efusiva despedida del público se fue al cuarto contiguo a cambiarse con el resto de actores. El hecho de haber tenido el personaje principal podía suponer un gran triunfo, pero después de salir del improvisado camerino todo volvía a ser igual. O casi todo. Había varias personas volcadas en la puerta hablando con el resto de actores y Blas a pesar del cambio no paso desapercibido, fueron los 5 minutos de prolongación del partido.
Puede parecer lo mejor del mundo, pero no merece la pena vivir solo para el momento de los aplausos. Al fin y al cabo, pasamos más tiempo en el baño. Porque después de los aplausos, dirigidos al personaje antes casi que al actor, todo vuelve a ser oscuro, todo vuelve a ser monotonía de lluvia tras los cristales.
En los triunfos romanos, cuando el general era reconocido por la ciudad más importante de todas había un hombre detrás que sujetaba la corona de laurel, símbolo de poder, y le decía:
"Recuerda que eres humano." El sentimiento es mas o menos parecido.
Solo hay una soledad mayor que la del artista y es la de la persona. A su vez, solo hay una soledad mayor que la de la persona y es la de la persona artista. En ocasiones la "Soledad" es una compañera de viaje más. Es como estar rodeado de gente y a la vez estar solo, es triste, huele a sangre, barro y guerra perdida.
Conocerse a uno mismo cuesta toda una vida, y parte de la eternidad. Conocer a los demás cuesta el resto del tiempo.
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