Aquel día había sucedido algo extraño. No todos los días se
veía caminar a la sombra de Morkai. Los arrasó a todos, a la gran amenaza. Acabó con todos mucho
antes de que pudieran darse cuenta de que estaba ahí. Pero todos vieron cómo lo
habían matado, también él había caído. No obstante, al comprobar el campo de
batalla no encontraron su cuerpo, ningún rastro de su presencia.
Caía la noche. La hoguera estaba encendida. Todo el pueblo
estaba alrededor, haciéndose sitio los unos a los otros. Hasta el más orgulloso
de los guerreros debía esa noche escuchar la historia. No la contaba el líder
de la tribu, ni el más audaz de los cazadores, ni la más mendaz de las mujeres.
Svalbard contaría la historia. El viejo ciego, la persona más necesitada del
resto para sobrevivir. Un anciano con la barba desaliñada, al que le faltaban
unos cuantos dientes. Inaudito. Los niños correteaban en busca del calor de sus
madres. Incluso los lobeznos se acercaban al fuego. Esperaban una historia que
les hiciera comprender lo que habían vivido ese día.
- - Todo, todo empezó con un guardián – la voz de
Svalbard era bastante más potente de lo que se esperaba a su edad – Pero este
guardián lo había perdido todo. Su propia fuerza fue la brecha de su coraza. Su
propia rabia fue la que lo derrotó. Se adentró en el bosque, esperando un rival
que lo derrotase. No se cuidaba, no dejaba que nadie lo cuidase. Seguía
luchando por un objetivo que no creía. Luchaba por él. Por lo que quedaba de
él. Nadie quería luchar en su contra. La falta de sueño y comida le hicieron
ver algo increíble.
Los niños le miraban atentamente y perdieron sus vistas en
el fuego. La historia les embriagaba, querían entender más de lo que podían
comprender.
- - La peor de las noches dos lobos negros se le
acercaron. Eran lo suficientemente fuertes como para despedazarlo, pero pasaron
de largo. Entonces lo entendió todo. Se desnudó y empezó a golpear el tronco
del árbol más grueso. Poco a poco, golpe a golpe sus nudillos se rasgaron. Mas
el seguía. ¡Sus manos se harían añicos! Pero necesitaba demostrarse que había
estado equivocado. Necesitaba caer en el barro, desplomarse una vez, para saber
que nunca estaría acertado. Que no dejaría de ser idiota. El árbol no iba a
caer por muchos porrazos que le dieran. Nadie puede golpear tan fuerte como la
vida, pero se puede golpear lo justo para derribarse a uno mismo. El frío intenso
de la noche le enseñó que cualquiera puede superar cualquier cosa sólo, pero
que dejaría algo por el camino. Salió del bosque. No había dejado de ser idiota
y seguía teniendo las mismas limitaciones.
Uno de los hombres preguntó
- - ¿Cómo se llamaba?
- - Da igual su nombre. Podría ser cualquiera, a
todos se nos reconoce por nuestros actos. Si alguno de vosotros se siente
amenazado de verdad, pedir su ayuda. Es un símbolo. En la tormenta más
violenta, cuando más lo necesites Él vendrá. A pesar de las leyes de la vida y
la muerte. Aunque eso acabe con Él. Al final, estará ahí. Estará para el
momento del Lobo.
- - Pero, ¿qué era lo que le hacía especial, aquello
que le daba fuerza?
- - Dejarse ayudar.
Historia breve pero concisa. Casi parece la historia de un leyenda... oh yeah! :D
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