Escucha a las piedras, incluso ellas tienen su grano de sabiduría. ¿Cuánta sabiduría tienes tú en cambio? Es un bien bastante escaso en los humanos, la única certeza que tienen es que van a morir.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Dejarse ayudar

Aquel día había sucedido algo extraño. No todos los días se veía caminar a la sombra de Morkai. Los arrasó a todos,  a la gran amenaza. Acabó con todos mucho antes de que pudieran darse cuenta de que estaba ahí. Pero todos vieron cómo lo habían matado, también él había caído. No obstante, al comprobar el campo de batalla no encontraron su cuerpo, ningún rastro de su presencia.
Caía la noche. La hoguera estaba encendida. Todo el pueblo estaba alrededor, haciéndose sitio los unos a los otros. Hasta el más orgulloso de los guerreros debía esa noche escuchar la historia. No la contaba el líder de la tribu, ni el más audaz de los cazadores, ni la más mendaz de las mujeres. Svalbard contaría la historia. El viejo ciego, la persona más necesitada del resto para sobrevivir. Un anciano con la barba desaliñada, al que le faltaban unos cuantos dientes. Inaudito. Los niños correteaban en busca del calor de sus madres. Incluso los lobeznos se acercaban al fuego. Esperaban una historia que les hiciera comprender lo que habían vivido ese día.

-         - Todo, todo empezó con un guardián – la voz de Svalbard era bastante más potente de lo que se esperaba a su edad – Pero este guardián lo había perdido todo. Su propia fuerza fue la brecha de su coraza. Su propia rabia fue la que lo derrotó. Se adentró en el bosque, esperando un rival que lo derrotase. No se cuidaba, no dejaba que nadie lo cuidase. Seguía luchando por un objetivo que no creía. Luchaba por él. Por lo que quedaba de él. Nadie quería luchar en su contra. La falta de sueño y comida le hicieron ver algo increíble.
Los niños le miraban atentamente y perdieron sus vistas en el fuego. La historia les embriagaba, querían entender más de lo que podían comprender.
-       -    La peor de las noches dos lobos negros se le acercaron. Eran lo suficientemente fuertes como para despedazarlo, pero pasaron de largo. Entonces lo entendió todo. Se desnudó y empezó a golpear el tronco del árbol más grueso. Poco a poco, golpe a golpe sus nudillos se rasgaron. Mas el seguía. ¡Sus manos se harían añicos! Pero necesitaba demostrarse que había estado equivocado. Necesitaba caer en el barro, desplomarse una vez, para saber que nunca estaría acertado. Que no dejaría de ser idiota. El árbol no iba a caer por muchos porrazos que le dieran. Nadie puede golpear tan fuerte como la vida, pero se puede golpear lo justo para derribarse a uno mismo. El frío intenso de la noche le enseñó que cualquiera puede superar cualquier cosa sólo, pero que dejaría algo por el camino. Salió del bosque. No había dejado de ser idiota y seguía teniendo las mismas limitaciones.
      
    Uno de los hombres preguntó
-       -   ¿Cómo se llamaba?
-      -    Da igual su nombre. Podría ser cualquiera, a todos se nos reconoce por nuestros actos. Si alguno de vosotros se siente amenazado de verdad, pedir su ayuda. Es un símbolo. En la tormenta más violenta, cuando más lo necesites Él vendrá. A pesar de las leyes de la vida y la muerte. Aunque eso acabe con Él. Al final, estará ahí. Estará para el momento del Lobo.
-        -   Pero, ¿qué era lo que le hacía especial, aquello que le daba fuerza?
-        -   Dejarse ayudar.


1 comentario:

  1. Historia breve pero concisa. Casi parece la historia de un leyenda... oh yeah! :D

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