En un poblado de la antigua China imperial las vacas empezaron a enfermar, preocupados porque el principal sustento del poblado peligraba otorgaron una gran recompensa a aquel que solucionase el problema.
El primero que propuso una solución fue un callado y taciturno anciano del pueblo al que nadie le hizo caso, era demasiado decrepito y viejo como para enterarse de los problemas que azotaban la vida en la actualidad.
Pasaron meses y el problema empeoraba, quiso una marabunta de acciones libres y caos puro que el sabio y fuerte Confucio pasará con algunos discípulos por el poblado. Cuando el maestro supo del mal les planteó el enigma a sus discípulos y a los lugareños. Todos ellos pensaban que sería un gran problema y que el ilustre Confucio les iba a otorgar otra de sus prácticas lecciones. Pero Confucio no solo no resolvió el problema, sino que mostró ante los ojos de los demás una importante verdad de súbita importancia.
Confucio se acercó al viejo que dijo tener la solución, le saludó y de rodillas le pidió que le explicase el porque de la enfermedad de las vacas. El viejo le explicó que existía una especie de colibrí que comía una serie de pequeños insectos y que al disminuir su número a causa de la tala descontrolada del bosque estos insectos habían tenido oportunidad de infectar a la mayor parte de las vacas.
Y no solo el viejo tenía razón, con su acierto el poblado pudo sobrevivir, todos los ciudadanos del pueblo vieron con buenos ojos la decrepitud y vejez del anciano, sino que Confucio aprendió de la simbiosis de muchos animales, incluso algunos del que desconocía su existencia y lo que quizás sea más importante, el anciano redescubrió la necesidad de la conversación.
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